Becky Urbina








Parque Kennedy

Leía a solas en una banca del parque y sentí que alguien se acercaba.
Apenas levanté la mirada, ya estaba a mi lado.
Un gato con larga cola a rayas y mirada desafiante.

Había muchas personas en el parque leyendo, dibujando, riendo, pero me eligió a mí.
Había muchos gatos en el parque, retozando, durmiendo, maullando, pero entre todos
lo escogería a él.

Los primeros minutos se mostró receloso, daba pequeños pasos por la banca, ojeaba mi libro como si no le interesara, se erizaba en señal de alerta.
Poco después empezó a acurrucarse en mis piernas, a lamer mis codos y hasta a rascarse con desesperación, tirándome encima sus pulgas. No lo regañé, si aceptaba sus ojos hipnotizantes, también aceptaba sus plagas.

Intercalaba la lectura de mi libro con los planes a corto plazo: Cómo convencería a mi madre para que lo acepte en casa, en qué parte de mi cuarto podría dormir, si le gustaría más la leche entera o la descremada.

De pronto sentí frío y volteé a acariciarlo. El bellaco ya no estaba ahí. Me había abandonado con imperceptible frialdad. A lo lejos lo vi contornearse seduciendo
a su próxima víctima.

Veleidosos son los gatos y sus apegos, pero siempre habrá suficientes en el parque.



El Secreto de las Piedras Calientes

“a oscuras nace el sol/el fabuloso huevo”
Blanca Varela

Al fondo, donde se acaba el mar y el sol se sumerge todos los días a las seis de la tarde, las aguas deben ser calientes y verdes, como una sopa menestrón recién servida.
Una yema rebosante de aplomo se deja caer en cámara lenta, sabiéndose adorada y poderosa. Se hunde en la pecera de sopa y alumbra a los peces en sus travesías nocturnas. Recorre el fondo del mar como un submarino amarillo recalentado. Entrega sus mejores rayos a conchas y corales como ofrenda. Se recarga con anguilas que acuden a su paso. Toma recados de estrellas de mar para sus parientes de arriba. Cuenta hazañas a las focas y chistes a los delfines. Descansa en el Spa de algas medicinales. Cuando se le hace tarde para partir, rebota en el subsuelo y toma impulso con sus ondas eléctricas. Una pelota de basket es disparada por el mar hasta quedar varada en la canasta de nubes.

En la orilla se escuchan cantos borrachos:
“Los navegantes mienten. El sol gobierna el mar.”

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